POSVERDAD Y FÚTBOL SEVILLANO
Según el
Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, el término posverdad significa
“distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y
emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes
sociales”.
Se trata de un
término procedente del inglés post-truth, declarado palabra del año 2016 por el Oxford
Dictionary, y que se ha
puesto de moda últimamente como consecuencia de recientes episodios políticos y
de haber encontrado en las redes sociales una vía (casi) sin límites para su
propagación y eficacia.
Personalmente,
no obstante, nos parece que la mejor manera de definirla es mediante la
expresión que se utiliza habitualmente en psicología, mentira emotiva.
En su esencia, responde a la idea de que un hecho, generalmente ficticio, es
aceptado de antemano por el simple hecho de encajar en los esquemas mentales de
las personas a quienes va dirigido.
Todos podemos
ser víctimas de la posverdad, aunque algunos tienen más papeletas que otros.
Los más susceptibles a la manipulación, los más necesitados de compasión, los
victimistas o los propensos a sentirse especiales para reafirmarse ante una
realidad a menudo cruda y desasosegante, están entre los principales clientes
de la posverdad.
La posverdad
coquetea con el tópico, el mito, la leyenda urbana … Permite un tipo de
supremacismo basado en una suerte de perfección moral de la que otros carecen y
que es sumamente peligroso, porque genera odio y porque es en sí mismo, desde
su origen, irracional.
El psicólogo
Leon Festinguer aludía a este fenómeno como disonancia cognitiva, algo
así como el sacrificio intelectual que se acepta con tal de mantener en pie un
sistema de creencias que ha arraigado en nuestra identidad, y que provoca un
estado de tensión y conflicto interno que se nota cuando la realidad choca con
nuestras creencias.
Cuando esto se
produce, se intenta resolver la situación reajustando el encaje entre ese
sistema de creencias y la información que nos llega del exterior; y muchas
veces, se elige manipular la realidad para mantener lo primero tal y
como está. Los hay incluso que van más allá, pues conocen la verdad, pero no la
reconocen. Prefieren la mentira porque les parece más acorde a sus intereses.
Complemento
necesario de la mentira emotiva es contar con un aparato mediático y
propagandístico que la respalde y le dé impulso, que le proporcione
apariencia de veracidad, que lo vista de intelectualismo o rigor, para hacerlo
creíble e imperecedero, para que (casi) nadie se pare a pensar críticamente
sobre el mensaje que está recibiendo, “porque ya lo han hecho otros que saben
mucho de esto y quién soy yo para cuestionarlo”.
Grandes
edificios se han construido sobre la base de posverdades: el genocidio de las
bombas atómicas como mal necesario para poner fin a la II Guerra Mundial; el
holocausto nazi; las armas de destrucción masiva en Irak; Trump, el Brexit, el
Procés, etc.
Nosotros nos
detendremos, sin necesidad de entrar en grandes profundidades, en la posverdad
que nos pilla más cercana, la que afecta al fútbol sevillano desde que se
fundase el Real Betis Balompié y que en los últimos años ha alcanzado algunas
de sus más altas cotas.
De todos es sabido
que, desde 2005 hasta ahora, el Sevilla Fútbol Club viene cubriendo un periodo
de gloria extraordinario: 17 finales alcanzadas; 5 campeonatos de UEFA EL, 2
Campeonatos de España, 1 Supercopa de Europa y 1 Supercopa de España; 1
Subcampeonato de España, 4 Subcampeonatos de Supercopa de Europa, 2
Subcampeonatos de Supercopa de España; semifinalista copero en 8 ocasiones;
clasificaciones constantes para competiciones europeas; proclamación dos años
consecutivos como Mejor Equipo del Mundo (IFFHS), etc.
Todo ello, amén
del gustazo de conseguir triunfos memorables en todas las competiciones,
grandes goleadas, contar con futbolistas de extraordinaria dimensión, campeones
de Europa y del Mundo (Palop, Navas, Negredo), e innumerables éxitos de la
cantera, con presencia del filial en Segunda División varias temporadas,
títulos ligueros y coperos de categorías inferiores, etc.
Aunque a
algunos pueda parecerle otra cosa, o quieran que así sea, estos éxitos no son
una anomalía. Es innegable su excepcionalidad en cuanto a la concentración
temporal de los mismos, pero si los consideramos en el contexto de toda la
historia del club, la cosa cambia. Si se mira bien, las copas levantadas han
(re)colocado al Sevilla Fútbol Club en la media de finales y títulos (aproximadamente
2 por década) que le había sido natural hasta que el accidente que supuso la
construcción del estadio Ramón Sánchez Pizjuán desvió su trayectoria. Si nos
apuran, tan excepcional ha podido ser la última docena de años triunfales como
lo fue la travesía del desierto de los cincuenta años posteriores a la mudanza
de Nervión.
El problema
reside en la falta de perspectiva, la inmediatez y el cortoplacismo que nos
hacen mirar hacia atrás tomando como referente del pasado aquello que hemos
vivido y recordamos, no lo que sucedió con anterioridad a nuestra memoria de
las cosas. ¿Quizás el Sevilla FC de Spencer, Kinké, Brand, que conquistó 18 de
los 21 Campeonatos de Andalucía cuando ésta era la única competición doméstica
oficial no era grande? ¿Acaso el Sevilla FC clásico, 1 vez campeón y 4 veces
subcampeón de Liga, 3 veces campeón y 2 subcampeón de Copa, partícipe de la
Copa de Europa y la Recopa, con Juan Arza como Pichichi y una pléyade de
internacionales, no era tan gigante como el Sevilla actual? Nosotros tenemos
clarísimo que sí.
Y por eso, como
prueba irrefutable de nuestra afirmación, podemos centrarnos en algunos de los
múltiples ejercicios de posverdad que desde la acera verdiblanca de nuestra
ciudad se han ido sucediendo en paralelo con estas épocas de permanente
liderazgo deportivo hasta formar un cuerpo de doctrina verdiblanca y
antisevillista aceptado y difundido, con apariencia de rigor, por sus
hagiógrafos de cabecera: Olmedo, Discóbolo, César del Arco, Nicolás Salas,
Antonio Burgos, Mercedes de Pablos, Manuel Rodríguez López, Tomás Furest,
Antonio Hernández, Emilio Carrillo, Carlos Herrera, Alberto García Reyes, etc.
Desde el mito
de la fundación por sevillistas descontentos, hasta el “robo” de jugadores,
pasando por el episodio del 22-0 y así hasta el infinito: la Copa Spencer, el
control de la federación regional, el supuesto clasismo, los efectos de la
Guerra Civil, los tanques, la cacareada desigualdad de trato de las autoridades
franquistas, el caso Antúnez, los tranvías de Heliópolis, el “ogro” Sánchez
Pizjuán, las obligaciones de la Caja Rural, la “inauguración” del estadio, el
refuerzo de los rivales, el manque pierda, etc.; mitos, mentiras, leyendas para
justificar su perenne incapacidad que La Palangana Mecánica y @GuardianesSFC
han desmontado pacientemente, uno tras otro, a golpe de datos empíricos y
documentos, poniendo de evidencia, para quien lo quiera ver, que los
fundamentos sentimentales de muchos aficionados al fútbol de nuestra ciudad,
basados en la repulsa al rival, son sencillamente falacias, cimientos de paja. No nos miren a nosotros, no hemos sido los inventores ni difusores de su gran
farsa, sólo la hemos desenmascarado.
Y así, hoy
contemplamos nuevamente cómo el comportamiento del aficionado bético medio,
ante la insultante trayectoria sevillista es, mutatis mutandis,
exactamente equiparable al de sus antepasados: la rancia y cansina estrategia
de menospreciar a bombo y platillo todo lo ajeno (desprecio del valor de los
éxitos alcanzados por su rival, la suerte, los árbitros y simpatías en UEFA y
FIFA como factores determinantes de sus conquistas, el dinero de Marbella, el
dopaje de las papillas, la debilidad de los rivales, etc.) y magnificar lo
propio (victoria 3-5 en el último derbi, ida del euroderbi, la salvación del
baloncesto, etc.) alejándose de cualquier objetividad; y la creación de metas
no mensurables que son patrimonio exclusivo del bético (simpatía, número de
abonados, famosetes en nómina, menciones televisivas o jugadores humoristas,
entre otras muchas), metas que, además, propician el pasaporte para un Edén o
Shangri-La particular reservado para ellos, la ciudad del Betis, tierra de
promisión donde todo es armonía y perfección, belleza y serenidad. Donde no hay
dolor ni sufrimiento, sino sólo una dulce y eterna felicidad. En definitiva,
“no trates de entenderlo” como lema ilustrativo de un complejo incurable.
Personajes
caricaturescos como Elías o Peris, y periodistas de cámara del club, que todos
conocemos, con la complicidad de las autoridades municipales y autonómicas,
completan la infraestructura necesaria para bombardear a la opinión pública con
verdes “mentiras emotivas” desde tribunas, medios y redes sociales
prostituidas, a sabiendas de tener el éxito asegurado entre sus
correligionarios, demostradamente predispuestos a aceptar “lo que le echen” a
poco que encaje dentro de unos esquemas de pensamiento heredados. Un ejercicio
con rédito populista a corto plazo, que es lo que importa a los dirigentes, y
más que probable fracaso a la larga que además, ellos no se lo creerán pero es
así, constituye un homenaje y reconocimiento constante a la grandeza del
Sevilla Fútbol Club.
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